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ÁNGEL GONZÁLEZ. PREÁMBULO A UN SILENCIO.


Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas

a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol

y se calla

.(¿Dije tranquilamente?: falso, falso:

uno se sienta inquieto haciendo extraños gestos,

pisoteando las hojas abatidas

por la furia de un otoño sombrío,

destrozando con los dedos el cartón inocente de

una caja de fósforos,

mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,

escupiendo en los charcos invernales,

golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas

que permanecen indiferentes al paso de la primavera,

una primavera urbana que asoma con timidez los flecos

de sus cabellos verdes allá arriba,

detrás del zinc oscuro de los canalones,

levemente arraigada a la materia efímera

de las tejas a punto de ser polvo.)

Eso es cierto, tan cierto

como que tengo un nombre con alas celestiales,

arcangélico nombre que a nada corresponde:

Ángel,

me dicen,

y yo me levanto

disciplinado y recto

con las alas mordidas

-quiero decir: las uñas—

Sonrío y me callo porque, en último extremo,

uno tiene conciencia

de la inutilidad de todas las palabras

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